A John Russell le tocó escribir la introducción del catálogo para la primera gran retrospectiva de Balthus, en la Tate, en 1968. “Lo que es privado debe permanecer así: esa es la actitud del pintor y, por insistencia suya, este catálogo no incluye materia biográfica. Nos dijo que la mejor manera de comenzar sería simplemente diciendo: Balthus es un pintor del que no se sabe nada. Pasemos a mirar los cuadros”. La desconfianza por los comentarios que circulaban sobre su vida privada se extendía, claro está, a cualquier cosa que se dijera sobre sus cuadros, en una muestra de idealismo místico algo ingenuo muy difundida entre los artistas.
Además de vincularse a través de algunas formalidades puntuales con Balthus, las obras de Lihuel González y Gonzalo Maggi tampoco se llevan muy bien con las palabras. Toda intervención textual parece condicionar su capacidad de hablar por sí mismas; cualquier cadena descriptiva alisaría los detalles, detalles que son: gotas de leche en el piso, la luz del día avanzando en un díptico que revela la mecánica de los relojes solares, XANTHAM escrito con fibra sobre una caja de cartón, un patchwork de revoques y perspectivas y reflejos en un palier; detalles dispuestos por los fotógrafos o por el azar, da igual; detalles que alcanzan para desestimar cualquier complemento escrito en forma de ficción porque, a través de estos detalles, las fotos se encargan de sostener su propia zona de fantasía y su propia, angustiosa, variante de la realidad.
Como punto de partida para la imaginación verbal, entonces, por ahí convenga remitirse al único rastro de texto avalado por los artistas: en Dos hay muy pocas fotos que retratan, efectivamente, a dos personas. Es posible que el nombre de la muestra sirva para insinuar que la soledad es una condición colaborativa, que se necesita la ausencia de alguien para que otro se quede solo, esperando. Dos podría hablar también de la foto y del espectador, de la relación que pueden entablar al entenderse como pares. Pero la especulación más estimulante está en pensar que Dos se refiere con exclusividad al dueto de Maggi y González que, además de un hogar y de una relación romántica, comparte la rara intimidad del proceso creativo. Horas de posproducción, de retoque y doloroso descarte. Dos dice que González y Maggi pueden reconocerse en la fotografía del otro y obligarse mutuamente a refinar su registro, a hundirse en sus propósitos, a ir juntos siempre un poco más adentro de sus propias visiones por más inquietantes que sean.
Como punto de partida para la imaginación verbal, entonces, por ahí convenga remitirse al único rastro de texto avalado por los artistas: en Dos hay muy pocas fotos que retratan, efectivamente, a dos personas. Es posible que el nombre de la muestra sirva para insinuar que la soledad es una condición colaborativa, que se necesita la ausencia de alguien para que otro se quede solo, esperando. Dos podría hablar también de la foto y del espectador, de la relación que pueden entablar al entenderse como pares. Pero la especulación más estimulante está en pensar que Dos se refiere con exclusividad al dueto de Maggi y González que, además de un hogar y de una relación romántica, comparte la rara intimidad del proceso creativo. Horas de posproducción, de retoque y doloroso descarte. Dos dice que González y Maggi pueden reconocerse en la fotografía del otro y obligarse mutuamente a refinar su registro, a hundirse en sus propósitos, a ir juntos siempre un poco más adentro de sus propias visiones por más inquietantes que sean.
Aunque las fotos de Dos elijan posicionarse contra los apetitos sensuales básicos y en última instancia señalen momentos de cansancio y confusión, terminan dando cuenta de un hallazgo íntimo compartido entre dos personas. Un hallazgo que, ideal y místicamente, está más allá de las palabras pero que también pudo proyectarse y ser registrado más allá de la imagen, en el desarrollo de un trabajo conjunto. Dos habla de la unión como un remedio productivo, como un alivio para el clima material decadente, como un reflejo neurálgico activado por situaciones de miseria erótica.
Alejo Ponce de León