…La sala tenia una cosa rara, parecía un cubículo hecho de durlock al interior de otra sala muchísimo más grande y vacía, como si estuviésemos en una especie de estudio de grabación con otras salas con otros cubículos. Eso era posible porque yo había entrado al edificio que era una masa de concreto gris cuadrada pero rodeada de plantas tropicales que lo hacían verse como un experimento perfecto de orden y progreso. Todo estaba en silencio y sin embargo se escuchaban como el residuo de unos jadeos como si hubiese quedado una grabación prendida muy bajito o se acabase de apagar. Quedaba como un recuerdo de un olor o de una densidad previamente existente al mismo tiempo que todo olía a plástico. Superficial y profundo me susurré, culta, a mi misma. Empecé a pasar el dedo por el sillón de cuerina negra, era tan berreta y a la vez tan excitante, el olor de la cuerina nueva, los redondelitos que eran los botones del sillón, pasaba el dedo por cada redondelito y después derivaba en las líneas del sillón, en las vetas de la madera falsa del escritorio, en el plástico de la computadora. Lo más importante parecía ya haber pasado o estar por pasar…
Simultáneamente inspirada en las dinámicas de producción de violencia, opresión, autoridad y respeto que se instalan en todas las relaciones de dependencia del mercado, esta obra nos lleva a una reflexión sobre la cuestión de dónde reside el deseo y dónde el poder. Las relaciones de poder están implícitas en la dinámica de buscar un trabajo, de ser probado para un puesto o de integrar una escuela de excelencia artística para luego desembocar en un mercado promisoriamente floreciente.
Esta obra se interroga sobre la presentación y representación del cuerpo en el mercado laboral y también, por extensión. Sobre las diferentes relaciones de poder entre los factores que componen el mercado del arte: la relación entre artistas, curadores, coleccionistas y laboratorios de experimentación artística, en donde las relaciones –ni horizontales, ni verticales– nunca están completamente claras.
Haciendo clara alusión al genero pornográfico Casting Couch (en el que las actrices van supuestamente a buscar un trabajo para terminar siendo penetradas o “probadas” por sus futuros empleadores), Gonzalo Maggi admite un cierto límite difuso entre los bordes de lo real y el terreno de la representación de un cuerpo. Por eso, esta instalación nos ubica en un presente inestable, en donde no sabemos si las fotos que vemos en las paredes son indicios de algo que sucedió, que está por suceder o que nos sucederá a nosotros mismxs. Como todxs sabemos, la ficción no es otra cosa que una perversión.
Liv Schulman